Queridos
amigos y hermanos del blog: hoy, 8 de diciembre, celebramos la Solemnidad de la
Inmaculada Concepción de la Virgen María, que es el dogma de fe que declara que
por una gracia singular de Dios, María fue preservada de todo pecado, desde su
concepción.
La
concepción es el momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la
materia orgánica procedente de los
padres. La concepción es el momento en que comienza la vida humana. Cuando
hablamos del dogma de la Inmaculada Concepción no nos referimos a la concepción
de Jesús quién, claro está, también fue concebido sin pecado. El dogma declara
que María quedó preservada de toda carencia de gracia santificante desde que
fue concebida en el vientre de su madre santa Ana. Es decir María es la “llena
de gracia” desde su concepción.
Fundamento Bíblico
La
Biblia no menciona explícitamente el dogma de la Inmaculada Concepción, como
tampoco menciona explícitamente muchas otras doctrinas que la Iglesia recibió
de los Apóstoles. La palabra “Trinidad”, por ejemplo, no aparece en la Biblia.
Pero la Inmaculada Concepción se deduce de la Biblia cuando ésta se interpreta
correctamente a la luz de la Tradición Apostólica.
El
primer pasaje que contiene la promesa de la redención (Genesis 3,15) menciona a
la Madre del Redentor. Es el llamado Proto-evangelium, donde Dios declara la
enemistad entre la serpiente y la Mujer. Cristo, la semilla de la mujer (María)
aplastará la cabeza de la serpiente. Ella será exaltada a la gracia
santificante que el hombre había perdido por el pecado. Solo el hecho de que
María se mantuvo en estado de gracia puede explicar que continúe la enemistad
entre ella y la serpiente. El Proto-evangelium, por lo tanto, contiene una
promesa directa de que vendrá un redentor.
Junto a El se manifestará su obra maestra: La preservación perfecta de
todo pecado de su Madre Virginal.
En
Lucas 1,28 el ángel Gabriel enviado por Dios le dice a la Santísima Virgen
María “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Las palabras en
español “Llena de gracia” no hace justicia al texto griego original que es “kecharitomene”
y significa una singular abundancia de gracia, un estado sobrenatural del alma
en unión con Dios. Aunque este pasaje no “prueba” la Inmaculada Concepción de
María ciertamente lo sugiere.
El
Apocalipsis narra sobre la “mujer vestida de sol” (Ap 12,1). Ella representa la
santidad de la Iglesia, que se realiza plenamente en la Santísima Virgen, en
virtud de una gracia singular. Ella es toda esplendor porque no hay en ella
mancha alguna de pecado. Lleva el reflejo del esplendor divino, y aparece como
signo grandioso de la relación esponsal de Dios con su pueblo.
Con
las siguientes palabras fue proclamado el Dogma de la Inmaculada por el Papa
Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus:
“...declaramos, proclamamos y definimos que la
doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de
toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por
singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de
Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por
tanto firme y constantemente creída por todos los fieles...” (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de
diciembre de 1854).
La
Encíclica “Fulgens corona”, publicada por el Papa Pío XII en 1953 para
conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada
Concepción, argumenta así: “Si en un momento determinado la Santísima
Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido
contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y
la serpiente no habría ya -al menos durante ese periodo de tiempo, por más
breve que fuera- la enemistad eterna de la que se habla desde la tradición
primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más
bien cierta servidumbre”.
La Solemnidad litúrgica:
En
el siglo IX se introdujo en Occidente la fiesta de la Concepción de María,
primero en Nápoles y luego en Inglaterra. Esta fiesta aparece (8 de Diciembre)
cuando en el Oriente su desarrollo se había detenido. El tímido comienzo de la
nueva fiesta en algunos monasterios anglosajones en el siglo XI, en parte
ahogada por la conquista de los normandos, vino seguido de su recepción en
algunos cabildos y diócesis del clero anglo-normando. El Papa Sixto IV, en
1483, casi 4 siglos antes del dogma, había extendido la fiesta de la Concepción
Inmaculada de María a toda la Iglesia de Occidente.
Resonancia espiritual:
La
Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María tiene un llamado para
nosotros:
1-Nos llama a la purificación, ser puros
para que Jesús resida en nosotros.
2-Nos llama a la consagración al Corazón
Inmaculado de María, lugar seguro para alcanzar conocimiento perfecto de Cristo
y camino seguro para ser llenos del Espíritu Santo.
“Con
la Inmaculada Concepción de María comenzó la gran obra de la Redención, que
tuvo lugar con la sangre preciosa de Cristo. En Él toda persona está llamada a
realizarse en plenitud hasta la perfección de la santidad” (Juan Pablo II,
5-XII-2003).
El
apelativo llena de gracia y el Protoevangelio, al atraer nuestra atención hacia
la santidad especial de María y hacia el hecho de que fue completamente librada
del influjo de Satanás, nos hacen intuir en el privilegio único concedido a
María por el Señor el inicio de un nuevo orden, que es fruto de la amistad con
Dios y que implica, en consecuencia, una enemistad profunda entre la serpiente
y los hombres.
Por
ultimo, el Apocalipsis invita a reconocer más particularmente la dimensión
eclesial de la personalidad de María: la mujer vestida de sol representa la
santidad de la Iglesia, que se realiza plenamente en la santísima Virgen, en
virtud de una gracia singular. La fiesta de la Inmaculada ilumina como un faro
el período de Adviento, que es un tiempo de vigilante y confiada espera del
Salvador. Mientras salimos al encuentro de Dios, que viene, miremos a María que
“brilla como signo de esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios en
camino” (Lumen gentium, 68).
Oración a la Inmaculada
Virgen María
Santísima Virgen, yo
creo y confieso vuestra Santa
e Inmaculada Concepción
pura y sin mancha.
¡Oh Purísima Virgen!,
por vuestra pureza
virginal,
vuestra Inmaculada Concepción
y
vuestra gloriosa
cualidad de Madre de Dios,
alcanzadme de vuestro
amado Hijo la humildad,
la caridad, una gran
pureza de corazón,
de cuerpo y de espíritu,
una santa perseverancia
en el bien,
el don de oración,
una buena vida y una
santa muerte. Amén
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