Quieres saber cuál es la fe que da vida y consigue la victoria? Aquella por la cual Cristo habita en lo íntimo de nuestro ser. El es nuestra virtud y nuestra vida. Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, dice el Apóstol, os manifestaréis también vosotros gloriosos con él. Esa gloria será vuestra victoria. Y nos manifestaremos con él porque vencemos por él. Solamente llegan a ser hijos de Dios los que reciben a Cristo, y únicamente en ellos se cumple lo que dice la Escritura: todo el que nace de Dios, vence al mundo.
SAN BERNARDO
Preámbulo de la Regla Primitiva del Temple
Nos dirigimos en primer lugar a aquellos que desprecian seguir su propia voluntad y
desean servir, con pureza de ánimo, en la caballería del rey verdadero y supremo, y a los que quieren cumplir, y cumplen, con asiduidad, la noble virtud de la obediencia. Por eso os
aconsejamos, a aquellos de vosotros que pertenecisteis hasta ahora a la caballería secular,en la que Cristo no era la única causa, sino el favor de los hombres, que os apresuréis a asociaros perpetuamente a aquéllos que el Señor eligió entre la muchedumbre y dispuso, con su piadosa gracia, para la defensa de la Santa Iglesia.
Por eso, oh soldado de Cristo, fueses quien fueses,
que eliges tan sagrada orden, conviene que en tu profesión lleves una pura diligencia y firme
perseverancia, que se sabe que es tan digna y sublime para con Dios que, si pura y
perseverantemente se observa por los militantes que diesen sus almas por Cristo, merecerán
obtener la suerte; porque en ella apareció y floreció una orden militar, ya que la caballería,
abandonando su celo por la justicia, intentaba no defender a los pobres o iglesias sino
robarlos, despojarlos y aun matarlos; pero sucedió que vosotros, a los que nuestro señor y
salvador Jesucristo, como amigos suyos, dirigió desde la Ciudad Santa a habitar en Francia y
Borgoña, no cesáis, por nuestra salud y propagación de la verdadera fe, de ofrecer Dios
vuestras almas en víctima agradable a Dios......SAN BERNARDO
PENTECOSTES: HOMILIA DEL SANTO PADRE
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
"la efusión del Espíritu Santo"
Plaza de San Pedro
Domingo 19 de mayo de 2013
Queridos hermanos y hermanas:
En este día, contemplamos y revivimos en la liturgia la efusión del
Espíritu Santo que Cristo resucitado derramó sobre la Iglesia, un
acontecimiento de gracia que ha desbordado el cenáculo de Jerusalén para
difundirse por todo el mundo.
Pero, ¿qué sucedió en aquel día
tan lejano a nosotros, y sin embargo, tan cercano, que llega adentro de
nuestro corazón? San Lucas nos da la respuesta en el texto de los Hechos
de los Apóstoles que hemos escuchado (2,1-11). El evangelista nos lleva
hasta Jerusalén, al piso superior de la casa donde están reunidos los
Apóstoles. El primer elemento que nos llama la atención es el estruendo
que de repente vino del cielo, «como de viento que sopla fuertemente», y
llenó toda la casa; luego, las «lenguas como llamaradas», que se
dividían y se posaban encima de cada uno de los Apóstoles. Estruendo y
lenguas de fuego son signos claros y concretos que tocan a los
Apóstoles, no sólo exteriormente, sino también en su interior: en su
mente y en su corazón. Como consecuencia, «se llenaron todos de Espíritu
Santo», que desencadenó su fuerza irresistible, con resultados
llamativos: «Empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les
concedía manifestarse». Asistimos, entonces, a una situación totalmente
sorprendente: una multitud se congrega y queda admirada porque cada uno
oye hablar a los Apóstoles en su propia lengua. Todos experimentan algo
nuevo, que nunca había sucedido: «Los oímos hablar en nuestra lengua
nativa». ¿Y de qué hablaban? «De las grandezas de Dios».
A la
luz de este texto de los Hechos de los Apóstoles, deseo reflexionar
sobre tres palabras relacionadas con la acción del Espíritu: novedad,
armonía, misión.
1. La novedad nos da siempre un poco de miedo,
porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos
nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida,
según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también
con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto
punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza,
dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las
decisiones; tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos
saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados,
egoístas, para abrirnos a los suyos. Pero, en toda la historia de la
salvación, cuando Dios se revela, aparece su novedad - Dios ofrece
siempre novedad -, trasforma y pide confianza total en Él: Noé, del que
todos se ríen, construye un arca y se salva; Abrahán abandona su tierra,
aferrado únicamente a una promesa; Moisés se enfrenta al poder del
faraón y conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles, de temerosos y
encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el
Evangelio. No es la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para
salir del aburrimiento, como sucede con frecuencia en nuestro tiempo.
La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos
realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad,
porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. Preguntémonos hoy:
¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con
miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer
los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos
atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de
respuesta? Nos hará bien hacernos estas preguntas durante toda la
jornada.
2. Una segunda idea: el Espíritu Santo, aparentemente,
crea desorden en el Iglesia, porque produce diversidad de carismas, de
dones; sin embargo, bajo su acción, todo esto es una gran riqueza,
porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa
uniformidad, sino reconducir todo a la armonía. En la Iglesia, la
armonía la hace el Espíritu Santo. Un Padre de la Iglesia tiene una
expresión que me gusta mucho: el Espíritu Santo “ipse harmonia est”. Él
es precisamente la armonía. Sólo Él puede suscitar la diversidad, la
pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En
cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos
encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos,
provocamos la división; y cuando somos nosotros los que queremos
construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer
la uniformidad, la homologación. Si, por el contrario, nos dejamos guiar
por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan
conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de
la Iglesia. Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los Pastores, que
tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción del
Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para
los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es
quien me trae a Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son
muy peligrosos. Cuando nos aventuramos a ir más allá (proagon) de la
doctrina y de la Comunidad eclesial – dice el Apóstol Juan en la segunda
lectura - y no permanecemos en ellas, no estamos unidos al Dios de
Jesucristo (cf. 2Jn 1,9). Así, pues, preguntémonos: ¿Estoy abierto a la
armonía del Espíritu Santo, superando todo exclusivismo? ¿Me dejo guiar
por Él viviendo en la Iglesia y con la Iglesia?
3. El último
punto. Los teólogos antiguos decían: el alma es una especie de barca de
vela; el Espíritu Santo es el viento que sopla la vela para hacerla
avanzar; la fuerza y el ímpetu del viento son los dones del Espíritu.
Sin su fuerza, sin su gracia, no iríamos adelante. El Espíritu Santo nos
introduce en el misterio del Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro
de una Iglesia gnóstica y de una Iglesia autorreferencial, cerrada en su
recinto; nos impulsa a abrir las puertas para salir, para anunciar y
dar testimonio de la bondad del Evangelio, para comunicar el gozo de la
fe, del encuentro con Cristo. El Espíritu Santo es el alma de la misión.
Lo que sucedió en Jerusalén hace casi dos mil años no es un hecho
lejano, es algo que llega hasta nosotros, que cada uno de nosotros
podemos experimentar.
El Pentecostés del cenáculo de Jerusalén es el
inicio, un inicio que se prolonga. El Espíritu Santo es el don por
excelencia de Cristo resucitado a sus Apóstoles, pero Él quiere que
llegue a todos. Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, dice: «Yo
le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con
vosotros» (Jn 14,16). Es el Espíritu Paráclito, el «Consolador», que da
el valor para recorrer los caminos del mundo llevando el Evangelio. El
Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las periferias
existenciales para anunciar la vida de Jesucristo. Preguntémonos si
tenemos la tendencia a cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro grupo, o
si dejamos que el Espíritu Santo nos conduzca a la misión. Recordemos
hoy estas tres palabras: novedad, armonía, misión.
La liturgia
de hoy es una gran oración, que la Iglesia con Jesús eleva al Padre,
para que renueve la efusión del Espíritu Santo. Que cada uno de
nosotros, cada grupo, cada movimiento, en la armonía de la Iglesia, se
dirija al Padre para pedirle este don. También hoy, como en su
nacimiento, junto con María, la Iglesia invoca: «Veni Sancte Spiritus! –
Ven, Espíritu Santo, llena el corazón de tus fieles y enciende en ellos
el fuego de tu amor».
Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario