LA IGLESIA, COMUNIÓN DE LOS HOMBRES CON DIOS.
HOMILIA DE OSCAR ROMERO
DÍA 5 de Junio de 1977
Comencemos por reconocer con
sinceridad, todas aquellas cosas que nos apartan de Dios. Que ese
sentido de peregrinación, todos los que estamos en esta reflexión,
católicos, somos un pueblo peregrino, y a lo largo del año litúrgico la
Iglesia va marcando con luces de fe este itinerario. Cada domingo es un
paso más en este caminar hacia el encuentro del Señor. Y el misterio de
Cristo se va desplegando a lo largo del año, desde las expectativas
navideñas, hasta la culminación de la cruz y de la Pascua. Y desde la
Pascua sigue la peregrinación llena de alegría, pero de una alegría que
brota de una cruz; y por tanto dolor y gozo son la característica de
esta Iglesia de la Pascua, de esta Iglesia peregrina.
Terminábamos así, el domingo recién pasado, como una clausura solemne
de la Pascua, con Pentecostés, la venida del Espíritu Santo. Ocho días
después, la peregrinación se detiene como para hacer un resumen de todo
este recorrido y tenemos ante nuestros ojos el origen y la meta de esta
peregrinación. Venimos de Dios y caminamos hacia Dios. Es el domingo de
la Santísima Trinidad. Domingo muy importante, porque viene a decirnos
la razón de nuestra esperanza, la explicación de esta alegría íntima que
lleva el peregrino de la tierra, sabiendo que viene de Dios, que ha
nacido del amor y que camina en la esperanza de un Dios inmutable,
eterno, que nos espera con sus brazos abiertos. Es hermoso que esta
mañana, pues, nos detengamos a contemplar a la luz de las bellísimas
lecturas que acaban de escuchar.
¿QUE ES DIOS?
La primera lectura nos da una respuesta filosófica, metafísica, que
tal vez no nos impresiona tanto, como no impresionaba ya esa explicación
metafísica de Dios, y el Concilio llega a decir que este fenómeno del
ateísmo moderno -que haya tanta gente que haya olvidado a Dios- es
porque nosotros que creemos en Él, no lo hemos sabido presentar. Y mucho
más grave, si no hemos sabido vivir de acuerdo con esa fe.
Leía esta semana una frase tremenda cuando dice: "El mundo y los
hombres se han desentendido de Dios, porque no creen en un Dios sin
mundo y sin hombres". Esto es terrible. Tal vez creemos en un Dios
aislado de nosotros, en un Dios casi como que se desentiende de nuestras
angustias y de nuestra tribulación. Pero, gracias a Dios, Cristo y toda
la literatura del Nuevo Testamento y también la del Viejo Testamento,
recobra en nuestros días una presentación de un Dios que vive con
nosotros, un Dios vivencial; un Dios, diríamos, funcional; un Dios como
decía el Viejo Testamento, el Dios de Abraham, el Dios de Jacob, el Dios
de Isaac, el Dios de nuestros padres, o como escribe San Pablo, el Dios
de nuestro Señor Jesucristo.
Así se hace más interesante esta figura divina. Es un Dios que va con
nuestra historia. Es un Dios que se manifiesta en la zarza ardiente que
vio Moisés: "Soy el que soy". El texto es difícil y quizás de los que
más han estudiado los exegetas cristianos. "Soy el que soy" se puede
entender en este sentido metafísico, la esencia misma de Dios, su ser
que no puede dejar de ser. Pero es mucho más simpático presentarlo como
el Dios de la revelación; el Dios que no es el producto de mis
pensamientos; el Dios que no es como la corona de mis esfuerzos por
descubrirlo, sino un Dios que me sale al encuentro, un Dios que se
revela. Un Dios que me dice en Moisés: soy el que soy, el que estoy
contigo, el que está con tu pueblo, el que en esta hora en que se oyen
los lamentos de un pueblo atribulado, esclavo de los capataces del
Faraón, está oyendo esos gemidos y quiere valerse de ti para liberarlo.
Un Dios que se preocupa de la esclavitud de los hombres para hacerlos
libres. Un Dios que vive con los pueblos subdesarrollados para que se
desarrollen en la verdadera imagen que él quiso hacer de cada rostro
humano. Un Dios que se preocupa de nosotros: Así nos presenta y es
nuestra reflexión de esta mañana: desde la Iglesia, sentirnos nosotros
precisamente como Iglesia, una comunión con Dios.
Este es el mensaje que yo quisiera grabar en vuestros corazones esta
mañana: La Iglesia es una comunión de los hombres con Dios. Es el primer
nivel de esta comunión, de allí descenderá naturalmente un segundo
nivel: La Iglesia es la comunión de esos hijos de Dios marcados por el
bautismo, unidos en Cristo, el Hijo de Dios. Y en tercer nivel: la
Iglesia en comunión con el mundo entero, con la creación. Y ésta es la
grandeza de nuestro pueblo cristiano. Cómo quisiéramos, hermanos, en
esta hora y siempre, quiero repetir una vez más que nuestro trabajo en
la Iglesia no es el producto de unas circunstancias; es la convicción de
que un pastor de la Iglesia, unos sacerdotes de la Iglesia, unos
cristianos que sienten con la Iglesia, tienen que identificarse cada vez
más con su razón de ser. Haya o no haya persecución, construyamos
nuestra Iglesia en la convicción de que la Iglesia es una comunión de
todos los hombres para acercarnos a Dios.
I. DIOS PRESENTE EN LA IGLESIA
Así comienza su primer documento magistral el Concilio Vaticano II
sobre la Iglesia: "La Iglesia es en el mundo el sacramento", es decir,
la señal y el instrumento para unir íntimamente a los hombres con Dios y
unir a todos los hombres entre sí". Para eso está la Iglesia, ésta es
su primera razón de ser.
En este primer nivel, pues, de la comunión Iglesia, encontramos a un
Dios que se hace presente en esta Iglesia. Les recomiendo mucho leer ese
primer capítulo de la Constitución de la Iglesia, donde nos presenta a
la Iglesia como un misterio del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Resulta que Dios no es un ser aislado, solitario. Cristo nos ha revelado
que Dios es comunión, que Dios es tres personas con esa capacidad que
debía tener toda persona creada a su imagen, una apertura para recibir
al otro y para darse al otro. El Padre es como el yo inicial. El Hijo es
como él tú, con quien se entabla una corriente de amor tan intensa, que
resulta un nosotros, la comunidad en un amor indestructible, el
Espíritu de amor: el Espíritu Santo. Ese nosotros que se pronuncia en la
Santísima Trinidad, capacidad de darse y de recibirse mutuamente,
construye en la tierra la comunidad Iglesia.
Pero en primer lugar es un Dios que se da a esta comunidad que lo ha
encontrado en Cristo. Cristo es el hombre en el cual Dios se hace
visible. Cristo es como la zarza que vio Moisés iluminada de Dios.
"Vimos su gloria como de unigénito del Padre", decían los apóstoles, "y
os revelamos esa vida que él nos trajo, para que también ustedes entren
en comunión con nosotros y con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu
Santo".
De Dios deriva la vida de la Iglesia. De la verdad divina deriva su
predicación en la tierra. De su vida eterna deriva el perdón que se da a
los pecadores arrepentidos, la santidad de las almas que crecen hasta
las alturas de la contemplación. De Dios deriva toda su fuerza, toda su
razón de ser. Esta es la relación más grande y más íntima de la Iglesia,
una relación con Dios. De allá deriva toda su misión y toda su razón de
ser. Por eso la Iglesia canta el día en que los magos van a adorar al
niño Jesús, y Herodes -gobierno de la tierra- tiene evidencia de un
nuevo rey que ha nacido. La Iglesia le dice: "No tengas miedo, Herodes.
No viene a quitar poderes temporales. El que viene a dar reinos
celestiales". Sería bueno recordarlo en nuestros días también, cuando se
tergiversa la misión de la Iglesia como una competencia política, como
un afán de querer el poder político. Esto es Herodes, viendo en Jesús un
rival; esto es Herodes, hasta mandando a matar para conservar su poder.
No viene a quitar poderes temporales! No viene con competencias de
poderes de la tierra, una Iglesia que viene de Dios, para dar al mundo
el amor, la gracia, la verdad, el perdón!.
Cómo quisiera que se comprendiera esta misión sublime de la Iglesia
que deriva de una comunión con Dios. Y todos nosotros, queridos hermanos
católicos, comprendamos que esta es nuestra primera obligación: nuestra
relación con Dios. Hay momentos en que el Espíritu de Dios nos pide un
esfuerzo más grande para hacer más visible la presencia de Dios en el
mundo. Y se hará visible en la medida en que nosotros todos: obispos,
sacerdotes, religiosas, laicos, matrimonios, estudiantes, profesionales,
todos los que nos llamamos católicos, tratemos de intensificar esta
comunión con Dios por la renovación, por la conversión, por la santidad.
El pecado en todas sus formas es la niebla que se interpone. Alejemos
de nosotros toda clase de pecado, y entonces el pueblo de Dios, la
Iglesia de Dios, los católicos unidos en comunión con Dios, haremos
presente en el mundo la figura santa de Dios. Dios es comunión y la
Iglesia participa de esa comunión de Dios.
2. IGLESIA, COMUNION DE LOS BAUTIZADOS
Y este es el segundo nivel, hermanos: es la comunión de los
bautizados. Cristo, que nos trajo la verdad y la vida de Dios, fundó una
Iglesia. Yo quiero leerles textualmente un párrafo del Concilio -es el
número 14 de la Constitución sobre la Iglesia- para que vean quien de
verdad es miembro de esta Iglesia que está en comunión con Dios. El que
llena estas condiciones está en comunión con la Iglesia fundada por
Cristo. El que falta a una de estas condiciones, que no se llame
católico si voluntariamente la rechaza esa condición. Ya está
excomulgado por su propia voluntad.
He aquí el texto del Concilio: "A esta sociedad de la Iglesia,
fundada por Cristo, están incorporados plenamente quienes, poseyendo el
Espíritu de Cristo", esto es lo primero: poseer el Espíritu de Cristo,
es decir, no un cristianismo a nuestro gusto, sino al gusto de Cristo,
que fundó la Iglesia, el Espíritu de Cristo. Segundo, "aceptan la
totalidad de su organización". La Iglesia como humana es una
organización jerárquica: un pontífice, centro de toda la Iglesia; un
obispo en cada diócesis; una organización, sacerdotes en cada parroquia.
El que acepta esta organización, otra condición, "y aceptan también
todos los medios de salvación establecidos en ella y en su cuerpo
visible están unidos con Cristo". Todos los medios de salvación
establecidos en ella" son los sacramentos, son las leyes de la Iglesia.
Es su verdad: "Cristo, el cual la rige mediante el Sumo Pontífice y los
obispos". He aquí las personas concretas. El que no está de acuerdo con
su obispo no puede llamarse católico. Así como el obispo que no está de
acuerdo con el Papa no es ya un ministro de la Iglesia.
Ustedes conocen el caso famoso de Lefebvre, un arzobispo de Francia
que se declara en rebeldía contra el Papa. No se puede llamar católico,
ya no está en comunión con la Iglesia. Si se propone como modelo, quiere
decir que se quiere un cisma. Si yo mismo no estuviera en comunión con
el Papa, no sería digno de esta honrosa dignidad de ser el pastor de la
Arquidiócesis; pero es el Papa el que tiene que decírmelo, no otros. Y
el Papa me acaba de confesar su comunión conmigo y mi comunión con él.
Estamos en comunión, hermanos, y nadie dudará de que quien les está
predicando hoy, sea un pastor verdadero de la Iglesia, en comunión con
el Papa.
Podemos decir que una que no está en comunión con su obispo no debe
comulgar eucarísticamente tampoco. La comunión es un signo de la
comunión con la Iglesia. Yo sé que hay personas que comulgan y que
después destruyen esta unidad de la Iglesia, murmurando de sacerdotes y
de obispos. Si todos aquellos que están destruyendo la unidad, hablando
contra los sacerdotes, difamando los medios de publicidad, echando
culpas que no tenemos, ya se están excomulgando a sí mismos. Una
excomunión del obispo no sería más que una sanción, ya oficial, de ese
repudio que el pueblo les está dando ya. La organización de la Iglesia
sabe lo que es, y así como en un organismo un cuerpo extraño se expele,
se expulsa, el cuerpo místico de la Iglesia siente la invasión de
cuerpos extraños y los expulsa como células muertas.
Sigue el texto del Concilio, "por los vínculos de la profesión de fe,
de los sacramentos, del gobierno y comunión eclesiástica", aquí están
las características de nuestra unidad de fe. El que no admita el credo
que el obispo profesa con la Iglesia, ya no está en la unidad de la fe
católica. El que no admita uno de los sacramentos de los siete
sacramentos ya rechaza una de las señales de unidad: no es católico. El
que no acepte el Gobierno de la Iglesia, como una jurisdicción, una
potestad, tampoco es católico. Y el que estorba ese gobierno de la
Iglesia no dejándola administrar su función en un pueblo, -por ejemplo
nosotros no podemos ir ahora a Aguilares a celebrar nuestra misa, a
cuidar a nuestros católicos de aquel pueblo mártir- nos están estorbando
en nuestro gobierno, no se pueden decir católicos. Y la comunión
eclesiástica, esta es la plena comunión que Dios ha transmitido por
Cristo a este pueblo de Dios visible en sus ministros, en sus pastores,
con una potestad de gobierno, con una unidad de fe, con unos
sacramentos, con una organización. El que quiera pertenecer a este
pueblo de Dios organizado por Cristo, que se llama la Iglesia Católica,
tiene que aceptar estas condiciones, y si no las acepta y si
voluntariamente la rechaza, es un cismático, es un destructor de la
Iglesia, moralmente un excomulgado por su propia voluntad.
Naturalmente, hermanos, que esta comunión a este nivel de bautizados
es precisamente como una condición de salvación. Entonces, fíjense bien
en esta pregunta: ¿El que no está en esta Iglesia, no se salvará?. No he
dicho eso. He dicho que aquel que conoce las condiciones para
pertenecer a este pueblo de Dios y voluntariamente las rechaza, está
fuerza de la salvación; pero que si hay alguno no católico, que por su
convicción de conciencia, cree que está en la verdad, ya sea en el
protestantismo, ya sea en el judaísmo, ya sea como mahometado, como
pagano, y allí trata de cumplir las leyes del Dios como él las concibe,
ése está en el corazón de Cristo, en el corazón de la Iglesia, aunque no
está en el cuerpo de la Iglesia. Así como al revés, hay muchos que por
el bautismo están en el cuerpo de la Iglesia, pero por su actitud, por
el rechazo de las cosas, no están en el corazón de la Iglesia; se llaman
católicos pero no son católicos y están fuera de salvación. Y los que
están fuera de la Iglesia, pero con buena voluntad viven su religión, su
congregación, están camino de salvación, están en el corazón de la
Iglesia. No fuera de Cristo: Cristo desborda la Iglesia Católica y se
hace presencia de salvación en el protestante, en el mahometano, en el
judío, que está allí de buena voluntad. Es Cristo el que le está
salvando.
A este propósito, quiero contarles que esta semana tuve una de mis
más grandes satisfacciones, cuando una confesión protestante se acercó y
platicamos profundamente para manifestar ellos su adhesión a esta
Iglesia, y para decirme que no quieren tragarse el anzuelo que les están
presentando los perseguidores de la Iglesia, como si ellos fueran los
buenos cristianos y la Iglesia ya se hubiera apartado de su misión. Los
protestantes se acercan a la Iglesia Católica para decirle que no se ha
apartado de su misión y que ellos se adhieren a esta Iglesia y que no
quieren ser cómplices de una persecución a sus hermanos católicos. Yo
quiero agradecerles en público. Y una de las señoritas que llegaba, me
decía: "Insista en aquel llamamiento que usted hizo cuando el entierro
del Padre Navarro", en que decía que si el Padre Navarro era la figura
de una Iglesia que por la calumnia y la persecución de los hombres ha
perdido su credibilidad, ya no se cree en ella, como el beduino sigue
gritando: sigan el buen camino. Y llamábamos a todas las fuerzas
morales, llamábamos a los protestantes que tienen el evangelio en sus
manos, para que prediquen este Reino de Dios en el mundo; llamábamos a
todas las fuerzas, y ahora lo hacemos de nuevo, para que en vez de
sembrar discordias y calumnias, sembremos el bien, hagamos la bondad en
el mundo. Un llamamiento pues.
Quiero secundar también el que ayer hacía la Voz de los Estados
Unidos, interpretando a Amnistía Internacional, que ha examinado a 75
torturados y ha encontrado en ellos consecuencias espantosas, que aún
cuando se han curado las cicatrices del cuerpo torturado, su psicología
queda maleada. Hace un llamamiento a los médicos de todos los países
para que se declaren contra la tortura. Yo secundo esa voz y espero que
nuestros médicos sepan dar testimonio con su técnica, con su ciencia, de
que la tortura no sólo es un atropello a la dignidad humana, sino una
destrucción de la salud de los pueblos y de los hombres.
3. COMUNION CON EL MUNDO
Y por eso, hermanos, el tercer nivel de esta comunión Iglesia:
comunión con el mundo. Ustedes saben que el Concilio tiene todo un
tratado que se llama la Constitución de la Iglesia en el mundo. La
Iglesia no se identifica con el mundo. Lo dijo Cristo: "Vosotros no sóis
del mundo, pero estáis en el mundo", porque la Iglesia se compone de
hombres de este mundo, como somos todos los que estamos aquí. Y la
Iglesia quiere aprender el lenguaje, la cultura de los pueblos del mundo
para poder traducir en ese lenguaje, en ese modo de ser, su mensaje
divino, que no se identifica con culturas ni con partidos políticos, ni
con sistemas sociales, sino que es un mensaje que es luz para iluminar
los sistemas sociales, los sistemas políticos, la vida de los hombres.
Es luz en el mundo para darle a la realidad humana su verdadera
elevación. Ella, enseñada por el Creador que el hombre es imagen y
semejanza de Dios y enseñada por Cristo que todo lo que se hace a un
hombre se le hace a él, es la que está más capacitada en humanidad, para
acercarse al mundo y sentir como suyas las aspiraciones, los anhelos
nobles de los hombres, y para sentir también, desde el corazón noble, el
rechazo a la violencia y a todo lo malo del mundo y para ser consuelo y
esperanza de la madre que sufre, de la esposa que se queda viuda, de
todos los que sufren en todas las situaciones actuales.
La Iglesia está en un diálogo continuo con el mundo. La Iglesia sufre
con los pueblos que sufren. La Iglesia siente las torturas y las
maneras con que se acribilla a los pueblos y a la gente. La Iglesia
anhela el verdadero progreso de los pueblos, vive la realidad de los
hombres. Sin competencias en política ni en sociología, porque no es su
competencia, la Iglesia desde su ciencia humana, desde su revelación de
Dios, quiere hacer presente la luz de Dios en el mundo; y ella está
también, pues, en un diálogo íntimo con el mundo. Nada humano es extraño
a ella.
Queridos hermanos, hasta aquí nos ha traído nuestra reflexión de la
Santísima Trinidad. La Santísima Trinidad no es otra cosa que el Dios en
comunidad de personas, expresión de amor y de verdad, de luz y de
felicidad, que ha querido asociarse en una familia a todos los hombres y
lo realiza en este círculo de luz que es la Iglesia, para hacer un
llamamiento a todos los católicos a intensificar la santidad, la unidad,
la relación con Dios y, desde allí, iluminar al mundo con la luz de
Dios. Aquí quiero hacer un llamamiento específico a los laicos. Con una
alegría intensa este pastor les manifiesta su agradecimiento a Dios
porque en los laicos va despertando una conciencia de vivir su papel de
Iglesia en el mundo. Porque si los ministros del altar, nosotros los
sacerdotes, servimos a la Iglesia, es con una vocación específica; como
las religiosas también; pero ustedes que están en el mundo, padres y
madres de familia, maestros de escuela, profesionales, obreros,
jornaleros, empleados, señoras del mercado, el laicado en general, como
transformarán al mundo ustedes llevando esa presencia de Dios que llevan
en su corazón como antorcha que ilumine ese ámbito de sus actividades.
Un llamamiento específico para que sientan, pues, que Iglesia no
solamente es el obispo y sus sacerdotes y sus religiosas, Iglesia son
todos los bautizados en una comunión con el obispo, estrechando cada vez
más la unidad de fe, de verdad, de sacramentos, de gobierno, como lo
acabamos de decir. Rechazar todo aquello que nos desuna. No den crédito a
toda esa campaña de calumnia. Acérquense al sacerdote, al obispo, para
esclarecer las dudas que pueda haber y vivamos, intensifiquemos más,
desde nuestro puesto en el mundo, la comunión jerárquica con el obispo,
para hacer presente la luz de dios, que se refleja en la Iglesia a todo
ese mundo que los rodea. Entonces habremos dado de Dios la explicación,
el testimonio, nuestro servicio personal y profesional que el Señor
tiene derecho a pedirnos, porque él nos ha hecho, nos ha redimido, nos
espera en su cielo y quiere que no lleguemos solos, sino que cada uno
lleve una constelación de almas ganadas por haber sido luz de Dios en
medio de los hombres.
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