"Son pocas las personas que se santifican en el aislamiento. Muy pocas consiguen ser perfectas en la soledad absoluta".
Vivir
con otras personas y aprender a perdernos en la comprensión de sus
debilidades y deficiencias puede ayudarnos a ser verdaderos
contemplativos, ya que no hay un medio mejor para
librarnos de la rigidez, la crudeza y la aspereza de nuestro arraigado
egoísmo, que es el único obstáculo insuperable para la luz y la acción
infusas del Espíritu Santo.
Ni
siquiera la valerosa aceptación de las pruebas interiores en una
soledad absoluta puede compensar totalmente la obra de purificación
realizada en nosotros por la paciencia y la humildad, amando a otras
personas y comprendiendo con benevolencia sus necesidades y exigencias
menos razonables.
Los
eremitas están siempre expuestos al peligro de secarse y endurecerse en
su excentricidad. Al vivir sin contacto con otras personas, tienden a
perder ese sentido profundo de las realidades espirituales que sólo
puede dar el amor puro.
¿Crees
que el camino hacia la santidad consiste en encerrarte con tus
oraciones, tus libros y las meditaciones que te agradan e interesan a tu
mente, para, rodeado de muros, protegerte de las personas, a las que
consideras estúpidas? ¿Crees que el camino hacia la contemplación se
encuentra en el rechazo de actividades y trabajos que son necesarios
para el bien de otros, pero que te aburren y te distraen? ¿Te imaginas
que vas a descubrir a Dios enclaustrándote en una crisálidad de placeres
ascéticos y espirituales, en lugar de renunciar a todos tus gustos,
deseos, ambiciones y satisfacciones por amor a Cristo, que ni siquiera
vivirá dentro de tí si no puedes encontrarlo en otras personas?".
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