Ciclo C: Lc 3,
15-16.21-22 : En aquel tiempo, como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá
Juan el Bautista era el Mesías, Juan lo sacó de dudas, diciéndoles: «Es cierto
que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no
merezco desatarle las correas de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu
Santo y con fuego». Sucedió que entre la gente que se bautizaba, también Jesús
fue bautizado. Mientras oraba, se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre
Él en forma sensible, como de una paloma, y del cielo llegó una voz que decía:
«Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco».
HOMILÍA
San Hipólito de Roma,
Sermón [atribuido] en la santa Teofanía (PG 10,
858-859)
¡Venid al bautismo de la inmortalidad!
Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el
cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él.
Y vino una voz del cielo, que decía: «Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto.
¿No ves cuántos y cuán grandes bienes
hubiéramos perdido si el Señor hubiese cedido a la disuasión de Juan y no
hubiera recibido el bautismo? Hasta el momento los cielos estaban cerrados e
inaccesibles las empíreas regiones. Habíamos descendido a las regiones
inferiores y éramos incapaces de remontarnos nuevamente a las regiones
superiores. ¿Pero es que sólo se bautizó el Señor? Renovó también el hombre
viejo y volvió a hacerle entrega del cetro de la adopción. Pues al punto se
le abrió el cielo. Se ha efectuado la reconciliación de lo visible con lo
invisible; las jerarquías celestes se llenaron de alegría; sanaron en la tierra
las enfermedades; lo que estaba escondido se hizo patente; los que militaban en
las filas de los enemigos, se hicieron amigos.
Has oído decir al evangelista: Se le abrió el cielo.
A causa de estas
tres maravillas: porque habiendo sido bautizado Cristo, el Esposo, era
indispensable que se le abrieran las espléndidas puertas del tálamo celeste;
asimismo era necesario que se alzaran los celestes dinteles al descender el
Espíritu Santo en forma de paloma y dejarse oír por doquier la voz del Padre.
Se abrió el cielo, y vino una voz del cielo que decía: «Este es mi Hijo, el amado, mi
predilecto».
El amado produce amor, y la luz inmaterial genera una
luz inaccesible. Éste es mi Hijo amado que apareció aquí abajo, pero sin
separarse del seno del Padre: apareció y no apareció. Una cosa es lo que
apareció, porque –según las apariencias– el que bautiza es superior al
bautizado. Por eso el padre hizo descender sobre el bautizado el Espíritu Santo.
Y así como en el arca de Noé el amor de Dios al hombre estuvo simbolizado por la
paloma, así también ahora el Espíritu, bajando en forma de paloma cual portadora
del fruto del olivo, se posó sobre aquel que así era testimoniado. ¿Por qué?
Para dejar también constancia de la certeza y solidez de la voz del Padre y
robustecer la fe en las predicciones proféticas hechas con mucha anterioridad.
¿Cuáles? La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria ha tronado,
el Señor sobre las aguas torrenciales. ¿Qué voz? Éste es mi Hijo, el
amado, mi predilecto. Este es el que se llamó hijo de José y es mi Unigénito
según la esencia divina.
Éste es mi Hijo, el amado: aquel que pasó hambre, y dio de comer a innumerables
multitudes; que trabajaba, y confortaba a los que trabajaban; que no tenía dónde
reclinar la cabeza, y lo había creado todo con su mano; que padeció, y curaba
todos los padecimientos; que recibió bofetadas, y dio al mundo la libertad; que
fue herido en el costado, y curó el costado de Adán.
Pero prestadme cuidadosamente atención: quiero acudir a
la fuente de la vida, quiero contemplar esa fuente medicinal.
El Padre de la inmortalidad envió al mundo a su Hijo,
Palabra inmortal, que vino a los hombres para lavarlos con el agua y el
Espíritu; y, para regenerarnos con la incorruptibilidad del alma y del cuerpo,
insufló en nosotros el espíritu de vida y nos vistió con una armadura
incorruptible.
Si, pues, el hombre ha sido hecho inmortal, también
será dios. Y si se ve hecho dios por la generación del baño del bautismo, en
virtud del agua y del Espíritu Santo, resulta también que después de la
resurrección de entre los muertos será coheredero de Cristo.
Por lo cual, grito con voz de pregonero: Venid, las
tribus todas de las gentes, al bautismo de la inmortalidad. A vosotros que
todavía vivís en las tinieblas de la ignorancia, os traigo el fausto anuncio de
la vida. Venid de la servidumbre a la libertad, de la tiranía al reino, de la
corrupción a la incorrupción. Pero me preguntaréis: ¿Cómo hemos de ir? ¿Cómo?
Por el agua y el Espíritu Santo. Esta es el agua unida con el Espíritu, con la
que se riega el Paraíso, se fecunda la tierra, las plantas crecen, los animales
se multiplican; y, en definitiva, el agua por la que el hombre regenerado se
vivifica, con la que Cristo fue bautizado, sobre la que descendió el Espíritu
Santo en forma de paloma
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