San Francisco de
Asís 4 de octubre
Oh, Señor, hazme un instrumento de Tu Paz .
Donde hay odio, que lleve yo el Amor.
Donde haya ofensa, que lleve yo el Perdón.
Donde haya discordia, que lleve yo la Unión.
Donde haya duda, que lleve yo la Fe.
Donde haya error, que lleve yo la Verdad.
Donde haya desesperación,
que lleve yo la Alegría.
Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz.
Oh, Maestro, haced que yo no busque
tanto ser consolado, sino consolar;
ser comprendido, sino comprender;
ser amado, como amar.
Porque es dando , que se recibe;
Perdonando, que se es perdonado;
Muriendo, que se resucita a la
Vida Eterna.
Donde hay odio, que lleve yo el Amor.
Donde haya ofensa, que lleve yo el Perdón.
Donde haya discordia, que lleve yo la Unión.
Donde haya duda, que lleve yo la Fe.
Donde haya error, que lleve yo la Verdad.
Donde haya desesperación,
que lleve yo la Alegría.
Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz.
Oh, Maestro, haced que yo no busque
tanto ser consolado, sino consolar;
ser comprendido, sino comprender;
ser amado, como amar.
Porque es dando , que se recibe;
Perdonando, que se es perdonado;
Muriendo, que se resucita a la
Vida Eterna.
Dicen que a San Francisco lo
declaró santo el pueblo, antes de que el Sumo Pontífice le concediera ese honor,
y que si se hace una votación entre los cristianos (aún entre los protestantes)
todos están de acuerdo en declarar que es un verdadero santo. Todos, aun los no
católicos, lo quieren y lo estiman.
Nació en Asís (Italia) en 1182. Su madre se llamaba Pica y fue sumamente estimada por él durante toda su vida. Su padre era Pedro Bernardone, un hombre muy admirador y amigo de Francia, por la cual le puso el nombre de Francisco, que significa: "el pequeño francesito". Cuando joven a Francisco lo que le agradaba era asistir a fiestas, paseos y reuniones con mucha música. Su padre tenía uno de los mejores almacenes de ropa en la ciudad, y al muchacho le sobraba el dinero. Los negocios y el estudio no le llamaban la atención. Pero tenía la cualidad de no negar un favor o una ayuda a un pobre siempre que pudiera hacerlo. Tenía veinte años cuando hubo una guerra entre Asís y la ciudad de Perugia. Francisco salió a combatir por su ciudad, y cayó prisionero de los enemigos. La prisión duró un año, tiempo que él aprovechó para meditar y pensar seriamente en la vida. Al salir de la prisión se incorporó otra vez en el ejército de su ciudad, y se fue a combatir a los enemigos. Se compró una armadura sumamente elegante y el mejor caballo que encontró. Pero por el camino se le presentó un pobre militar que no tenía con qué comprar armadura ni caballería, y Francisco, conmovido, le regaló todo su lujoso equipo militar. Esa noche en sueños sintió que le presentaban en cambio de lo que él había obsequiado, unas armaduras mejores para enfrentarse a los enemigos del espíritu.
Francisco no llegó al campo de batalla porque se enfermó y en plena
enfermedad oyó que una voz del cielo le decía: "¿Por qué dedicarse a servir a
los jornaleros, en vez de consagrarse a servir al Jefe Supremo de todos?".
Entonces se volvió a su ciudad, pero ya no a divertirse y parrandear sino a
meditar en serio acerca de su futuro. La gente al verlo tan silencioso y
meditabundo comentaba que Francisco probablemente estaba enamorado. Él
comentaba: "Sí, estoy enamorado y es de la novia más fiel y más pura y
santificadora que existe". Los demás no sabían de quién se trataba, pero él sí
sabía muy bien que se estaba enamorando de la pobreza, o sea de una manera de
vivir que fuera lo más parecida posible al modo totalmente pobre como vivió
Jesús. Y se fue convenciendo de que debía vender todos sus bienes y darlos a los
pobres. Paseando un día por el campo encontró a un leproso lleno de llagas y
sintió un gran asco hacia él. Pero sintió también una inspiración divina que le
decía que si no obramos contra nuestros instintos nunca seremos santos. Entonces
se acercó al leproso, y venciendo la espantosa repugnancia que sentía, le besó
las llagas. Desde que hizo ese acto heroico logró conseguir de Dios una gran
fuerza para dominar sus instintos y poder sacrificarse siempre a favor de los
demás. Desde aquel día empezó a visitar a los enfermos en los hospitales y a los
pobres. Y les regalaba cuanto llevaba consigo.
Un día, rezando ante un
crucifijo en la iglesia de San Damián, le pareció oír que Cristo le decía tres
veces: "Francisco, tienes que reparar mi casa, porque está en ruinas". Él creyó
que Jesús le mandaba arreglar las paredes de la iglesia de San Damián, que
estaban muy deterioradas, y se fue a su casa y vendió su caballo y una buena
cantidad de telas del almacén de su padre y le trajo dinero al Padre Capellán de
San Damián, pidiéndole que lo dejara quedarse allí ayudándole a reparar esa
construcción que estaba en ruinas. El sacerdote le dijo que le aceptaba el
quedarse allí, pero que el dinero no se lo aceptaba (le tenía temor a la dura
reacción que iba a tener su padre, Pedro Bernardone) Francisco dejó el dinero en
una ventana, y al saber que su padre enfurecido venía a castigarlo, se escondió
prudentemente. Pedro Bernardone demandó a su hijo Francisco ante el obispo
declarando que lo desheredaba y que tenía que devolverle el dinero conseguido
con las telas que había vendido. El prelado devolvió el dinero al airado papá, y
Francisco, despojándose de su camisa, de su saco y de su manto, los entregó a su
padre diciéndole: "Hasta ahora he sido el hijo de Pedro Bernardone. De hoy en
adelante podré decir: Padrenuestro que estás en los cielos". El Sr. Obispo le
regaló el vestido de uno de sus trabajadores del campo: una sencilla túnica, de
tela ordinaria, amarrada en la cintura con un cordón. Francisco trazó una cruz
con tiza, sobre su nueva túnica, y con ésta vestirá y pasará el resto de su
vida. Ese será el hábito de sus religiosos después: el vestido de un campesino
pobre, de un sencillo obrero.
Se fue por los campos
orando y cantando. Unos guerrilleros lo encontraron y le dijeron: "¿Usted quién
es? – Él respondió: - Yo soy el heraldo o mensajero del gran Rey". Los otros no
entendieron qué les quería decir con esto y en cambio de su respuesta le dieron
una paliza. Él siguió lo mismo de contento, cantando y rezando a Dios. Después
volvió a Asís a dedicarse a levantar y reconstruir la iglesita de San Damián. Y
para ello empezó a recorrer las calles pidiendo limosna. La gente que antes lo
había visto rico y elegante y ahora lo encontraba pidiendo limosna y vestido tan
pobremente, se burlaba de él. Pero consiguió con qué reconstruir el pequeño
templo. La Porciúncula. Este nombre es queridísimo para los franciscanos de todo
el mundo, porque en la capilla llamada así fue donde Fracisco empezó su
comunidad. Porciúncula significa "pequeño terreno". Era una finquita chiquita
con una capillita en ruinas. Estaba a 4 kilómetros de Asís. Los padres
Benedictinos le dieron permiso de irse a vivir allá, y a nuestro santo le
agradaba el sitio por lo pacífico y solitario y porque la capilla estaba
dedicada a la Sma. Virgen.
El primero que se le
unió en su vida de apostolado fue Bernardo de Quintavalle, un rico comerciante
de Asís, el cual invitaba con frecuencia a Francisco a su casa y por la noche se
hacía el dormido y veía que el santo se levantaba y empleaba muchas horas
dedicado a la oración repitiendo: "mi Dios y mi todo". Le pidió que lo admitiera
como su discípulo, vendió todos sus bienes y los dio a los pobres y se fue a
acompañarlo a la Porciúncula. El segundo compañero fue Pedro de Cattaneo,
canónigo de la catedral de Asís. El tercero, fue Fray Gil, célebre por su
sencillez. Cuando ya Francisco tenía 12 compañeros se fueron a Roma a pedirle al
Papa que aprobara su comunidad. Viajaron a pie, cantando y rezando, llenos de
felicidad, y viviendo de las limosnas que la gente les daba. En Roma no querían
aprobar esta comunidad porque les parecía demasiado rígida en cuanto a pobreza,
pero al fin un cardenal dijo: "No les podemos prohibir que vivan como lo mandó
Cristo en el evangelio". Recibieron la aprobación, y se volvieron a Asís a vivir
en pobreza, en oración, en santa alegría y gran fraternidad, junto a la iglesia
de la Porciúncula. Dicen que Inocencio III vio en sueños que la Iglesia de Roma
estaba a punto de derrumbarse y que aparecían dos hombres a ponerle el hombro e
impedir que se derrumbara. El uno era San Francisco, fundador de los
franciscanos, y el otro, Santo Domingo, fundador de los dominicos. Desde
entonces el Papa se propuso aprobar estas comunidades.
A Francisco lo atacaban a
veces terribles tentaciones impuras. Para vencer las pasiones de su cuerpo, tuvo
alguna vez que revolcarse entre espinas. Él podía repetir lo del santo antiguo:
"trato duramente a mi cuerpo, porque él trata muy duramente a mi
alma".
Clara, una joven muy santa de Asís, se entusiasmó por esa vida de pobreza, oración y santa alegría que llevaban los seguidores de Francisco, y abandonando su familia huyó a hacerse moja según su sabia dirección. Con santa Clara fundó él las hermanas clarisas, que tienen hoy conventos en todo el mundo.
Francisco tenía la rara
cualidad de hacerse querer de los animales. Las golondrinas le seguían en
bandadas y formaban una cruz, por encima de donde él predicaba. Cuando estaba
solo en el monte una mirla venía a despertarlo con su canto cuando era la hora
de la oración de la medianoche. Pero si el santo estaba enfermo, el animalillo
no lo despertaba. Un conejito lo siguió por algún tiempo, con gran cariño. Dicen
que un lobo feroz le obedeció cuando el santo le pidió que dejara de atacar a la
gente.
Francisco se retiró
por 40 días al Monte Alvernia a meditar, y tanto pensó en las heridas de Cristo,
que a él también se le formaron las mismas heridas en las manos, en los pies y
en el costado. Los seguidores de San Francisco llegaron a ser tan numerosos, que
en el año 1219, en una reunión general llamado "El Capítulo de las esteras", se
reunieron en Asís más de cinco mil franciscanos. Al santo le emocionaba mucho
ver que en todas partes aparecían vocaciones y que de las más diversas regiones
le pedían que les enviara sus discípulos tan fervorosos a que predicaran. Él les
insistía en que amaran muchísimo a Jesucristo y a la Santa Iglesia Católica, y
que vivieran con el mayor desprendimiento posible hacia los bienes materiales, y
no se cansaba de recomendarles que cumplieran lo más exactamente posible todo lo
que manda el santo evangelio.
Francisco recorría campos y pueblos invitando a la gente a amar más a Jesucristo, y repetía siempre: "El Amor no es amado". Las gentes le escuchaban con especial cariño y se admiraban de lo mucho que sus palabras influían en los corazones para entusiasmarlos por Cristo y su religión.
Dispuso ir a Egipto a
evangelizar al sultán y a los mahometanos. Pero ni el jefe musulmán ni sus
fanáticos seguidores quisieron aceptar sus mensajes. Entonces se fue a Tierra
Santa a visitar en devota peregrinación los Santos Lugares donde Jesús nació,
vivió y murió: Belén, Nazaret, Jerusalén, etc. En recuerdo de esta piadosa
visita suya los franciscanos están encargados desde hace siglos de custodiar los
Santos Lugares de Tierra Santa. Por no cuidarse bien de las clientísimas arenas
del desierto de Egipto se enfermó de los ojos y cuando murió estaba casi
completamente ciego. Un sufrimiento más que el Señor le permitía para que ganara
más premios para el cielo.
San Francisco, que era un
verdadero poeta y le encantaba recorrer los campos cantando bellas canciones,
compuso un himno a las criaturas, en el cual alaba a Dios por el sol, y la luna,
la tierra y las estrellas, el fuego y el viento, el agua y la vegetación.
"Alabado sea mi Señor por el hermano sol y la madre tierra, y por los que saben
perdonar", etc. Le agradaba mucho cantarlo y hacerlo aprender a los demás y poco
antes de morir hizo que sus amigos lo cantaran en su presencia. Su saludo era
"Paz y bien".
Cuando sólo tenía 44 años
sintió que le llegaba la hora de partir a la eternidad. Dejaba fundada la
comunidad de Franciscanos, y la de hermanas Clarisas. Con esto contribuyó
enormemente a enfervorizar la Iglesia Católica y a extender la religión de
Cristo por todos los países del mundo. Los seguidores de San Francisco
(franciscanos, capuchinos, clarisas, etc.) son el grupo religioso más numeroso
que existe en la Iglesia Católica. El 3 de octubre de 1226, acostado en el duro
suelo, cubierto con un hábito que le habían prestado de limosna, y pidiendo a
sus seguidores que se amen siempre como Cristo los ha amado, murió como había
vivido: lleno de alegría, de paz y de amor a Dios.
Cuando apenas habían
transcurrido dos años después de su muerte, el Sumo Pontífice lo declaró santo y
en todos los países de la tierra se venera y se admira a este hombre sencillo y
bueno que pasó por el mundo enseñando a amar la naturaleza y a vivir desprendido
de los bienes materiales y enamorados de nuestra buen Dios. Fue él quien
popularizó la costumbre de hacer pesebres para
Navidad.
Hoy felicitamos a todos los que celebran su onomástica, un abrazo a todos.
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