El término “excelencia” tiene dos significados, según el
diccionario de la RAE:
1.
Superior calidad o bondad que hace digno de
singular aprecio y estimación algo.
2.
Tratamiento de respeto y cortesía que se da a
algunas personas por su dignidad o empleo.
Se trata, en mi opinión, del reflejo de algo muy habitual
entre los seres humanos. Nuestras naturales limitaciones nos hacen ver primero
las apariencias. Es eso que el deficiente léxico contemporáneo ha dado en
llamar química o, añadiendo anglicismos, “feeling”. En definitiva tenemos una
tendencia innata a evaluar las personas, los animales o las cosas por su
apariencia. Hasta aquí es lógico. Lo que tenemos más a mano, lo que responde de
forma más inmediata ante un estímulo externo son los sentidos. Estos activan
nuestra memoria que está repleta de estereotipos. Cuando la “imagen” visual,
olfativa, táctil, etc., despierta una imagen que un día grabamos como
desagradable, nuestro cerebro reacciona rechazando el objeto de nuestra
observación. Pura biología del comportamiento.
Lo malo es que no pasamos de ahí. Ponemos una barrera entre
lo observado en su apariencia y nosotros y no somos capaces de profundizar.
Asumiendo un símil jurídico, podríamos decir que este es el
fenómeno en positivo, no porque sea bueno, que no lo es, sino porque sigue una
lógica consecutiva. Veamos el fenómeno en negativo, esto es omitiendo de alguna
forma lo que “no nos interesa”.
Lo que a cada uno “le interesa”, entramos en unas
consecuencias más intelectuales que las del puro comportamiento biológico, es
que su apariencia resulte agradable al resto de los humanos, para no ser
expulsados de la, perdonad lo abrupto del término, manada. Así las cosas, es
muy habitual que busquemos la segunda acepción, esto es el respeto humano, los
honores, la fama, etc. Pocos entienden, y aún menos asumen e interiorizan, que
han de perfeccionar su cualidades y que lo otro vendrá por añadidura, sin
buscarlo y sin tenerlo que buscar porque el que siquiera lo admita estará dando
el primer paso al desastre.
Os estaréis preguntando: ¿qué tiene esto que ver con la
Orden de Santa María de los Pobres Caballeros de Cristo y con la
espiritualidad? MUCHÍSIMO, tiene que ver muchísimo, hasta el punto de estar en
la base de nuestro carácter como Orden.
Como milites Christi y aunque tropiece una y mil veces, no
puedo conformarme con algo que sea menos que la excelencia en las virtudes que
Dios me haya dado o en las que, con su ayuda, vaya consiguiendo. Como miembro
de la Militia Christi que es nuestra Orden, no puedo admitir comportamientos,
individuales o colectivos, que mermen la
“superior calidad o bondad que hace digno de singular aprecio y estimación
algo” porque lo que “construimos” no es algo individualmente nuestro, de cada
uno y para cada uno de nosotros, “construimos” casa de Dios en la que acoger al
desvalido y éste no se sentirá acogido, ni defendido, ni siquiera aliviado, en
una casa construida sobre la “arena” del engreimiento, de la prepotencia, de la
superficialidad, de la exclusividad,... Nuestra Casa será casa de acogida solo si
la levantamos sobre la roca de la excelencia: lo que ahí fuera es admisible, en
esta Casa no lo es. Quien quiera entender que entienda.
Ahí fuera, hay cientos de seudo-órdenes que deslumbran con
sus uniformes engalanados; que se llenan la boca de palabras grandilocuentes;
que hacen caridad donde todo el mundo los ve y, si no los ve, lo ponen en su
página WEB; donde buscan enemigos de la Fe, y si no los encuentran los crean;
donde creen que la guerra santa es hacia fuera y no hacia dentro y aún tienen
la debilidad de pensar que los “malos” son solo los otros;… somos libres de
irnos con ellos, nadie nos lo impedirá. Pero, en tal caso, nunca habremos sido
auténticos Pobres Caballeros de Cristo y lo peor de todo es que habremos caído
en el que, para San Antonio, es el peor pecado: habremos perdido el tiempo.
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