Hemos recogido este importante texto porque nos aclara muchas dudas, muchas cuestiones que es preciso profundizar:
«El secreto de la existencia humana -son palabras de Dostoyevski- no consiste sólo en vivir, sino en saber para qué se vive»: he aquí la sabiduría bebida del Evangelio, que llena de luz y de esperanza aún en las situaciones más terriblemente dolorosas, como la de Asia Bibi en Pakistán, cuyo testimonio ofrecemos en estas mismas páginas.
«El secreto de la existencia humana -son palabras de Dostoyevski- no consiste sólo en vivir, sino en saber para qué se vive»: he aquí la sabiduría bebida del Evangelio, que llena de luz y de esperanza aún en las situaciones más terriblemente dolorosas, como la de Asia Bibi en Pakistán, cuyo testimonio ofrecemos en estas mismas páginas.
Quien de
veras se ha encontrado con Cristo,
el
Camino, la Verdad y la Vida, ha encontrado justamente el sentido de la
vida, de tal modo que está dispuesto incluso a perderla en este mundo,
con tal de ganarla para siempre. Hasta ese punto es decisivo el
Evangelio de Cristo. Sin Él, la vida humana queda realmente en
tinieblas, por muchas y potentes luces que los hombres fabriquemos por
nosotros mismos. Por eso la crisis de sociedades como la nuestra, de
antigua evangelización, en su raíz más honda, como afirma Benedicto XVI,
es «una profunda crisis de fe». El ciego Bartimeo -decía el Papa en la
Misa de clausura del reciente Sínodo sobre la nueva evangelización-
«podría ser la representación» de nuestra sociedad, «donde la luz de la
fe se ha debilitado», los hombres «se han alejado de Dios, ya no lo
consideran importante para la vida: personas que, por eso, han perdido
una gran riqueza, han caído en la miseria desde una alta dignidad -no
económica o de poder terreno, sino cristiana-, han perdido la
orientación segura y sólida de la vida y se han convertido, con
frecuencia inconscientemente, en mendigos del sentido de la existencia».
En la Misa de apertura, ya dejó claro que la finalidad del Sínodo era «favorecer en estas personas un nuevo encuentro con el Señor, el único que llena de significado profundo y de paz nuestra existencia; para favorecer el redescubrimiento de la fe, fuente de gracia que trae alegría y esperanza a la vida personal, familiar y social». Y esto no se puede ocultar, porque llena hasta los últimos poros de la vida. «El anuncio de Cristo -afirma Benedicto XVI, en su Mensaje para la JMJ de Río de Janeiro 2013- no consiste sólo en palabras, sino que debe implicar toda la vida», y una vida, lógicamente, que se da del todo, que no sólo vive, como bien dice Dostoyevski, sino que muestra el para qué, porque no puede callarlo. He ahí la raíz del anuncio cristiano. «El anuncio del Evangelio -explicita el Papa en su Mensaje- no puede ser más que la consecuencia de la alegría de haber encontrado en Cristo la roca sobre la que construir la propia existencia», la cual a su vez se ve acrecentada con el anuncio, y así nos lo dice el Papa: «Esforzándoos en servir a los demás y en anunciarles el Evangelio, vuestra vida, a menudo dispersa, encontrará su unidad en el Señor, os construiréis también vosotros mismos, creceréis y maduraréis en humanidad». Porque la fe se fortalece dándola, en expresión de Juan Pablo II en la encíclica Redemptoris missio, de 1990, que no podía por menos que subrayar su sucesor.
Evangelizar y vivir de veras son realidades inseparables. Si en tantos católicos, de los países de antigua evangelización, y especialmente de España, se ha debilitado la fe, y con ello toda clase de crisis están servidas, es evidente que no hemos salido a la calle, como nos pidió el mismo Juan Pablo II -pronto se cumplirán 20 años-, al consagrar la catedral de la Almudena, el 15 de junio de 1993: «La Iglesia en España, fiel a su historia, ha de ser en la hora presente fermento del Evangelio para la animación y transformación de las realidades temporales, con el dinamismo de la esperanza y la fuerza del amor cristiano. En una sociedad pluralista como la vuestra, se hace necesaria una mayor y más incisiva presencia católica, individual y asociada, en los diversos campos de la vida pública. Es, por ello, inaceptable, como contrario al Evangelio, la pretensión de reducir la religión al ámbito de lo estrictamente privado, olvidando paradójicamente la dimensión esencialmente pública y social de la persona humana. ¡Salid, pues, a la calle, vivid vuestra fe con alegría, aportad a los hombres la salvación de Cristo que debe penetrar en la familia, en la escuela, en la cultura y en la vida política!»
No cabe otro programa realmente eficaz para vivir, y vivir con la plenitud de quien, al haberse encontrado con Cristo, no sólo vive, sino que sabe para qué vive, y eso ni se puede ocultar ni se puede callar; es justamente la sabiduría cristiana que llena de sentido la vida. Sin ella, el resultado está bien claro en las mismas palabras de Cristo: «¿De qué sirve ganar el mundo entero si la vida se pierde?» Y ni siquiera tal ganancia es capaz de aportar ni una gota de alegría verdadera a la vida presente. «Al final de la jornada -como dice la sabiduría cristiana de nuestra santa Teresa de Ávila-, aquel que se salva, sabe; y el que no, no sabe nada».
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