De
nuevo, en este III domingo de Adviento, comparto con vosotros la
reflexión monástica que he enviado a los monjes en etapa de formación de
nuestra Provincia Hispánica.
Tradicionalmente ha sólido llamarse a este tercer domingo de Adviento
el domingo ‘Gaudete’, es decir, el domingo de la alegría. Más aún, la
forma verbal latína “gaudete” es un imperativo, que deberíamos traducir
por “alegraos”, es decir, es una invitación insistente. Ahora bien,
parece darse un contraste entre este tema de la alegría y la figura de
Juan el Bautista, que nos presenta el evangelio que acabamos de
proclamar. Juan, una figura entrañable de toda la tradición monástica.
El profeta Sofonías, en la primera lectura nos indica el motivo o la
causa de nuestra alegría: “El Señor está en medio de ti”. De ahí
extraigo una primera conclusión: no estamos solos.
Por su parte san Pablo, en la carta a los Filipenses, añade que donde
Dios se hace presente hay alegría y gozo. Pero san Pablo nos indica que
la clave de la alegría es que sea alegría en el Señor. Se trata de la
alegría que tiene como referencia a Jesús, es decir, a su vida, a su
entrega, a su desvivirse por los demás.
El evangelio según San Lucas, nos presenta a Juan Bautista, la vida del
cual no era, qué duda cabe, una vida de diversión. Lo que no obsta para
que aparezca en el Evangelio como un hombre profundamente dichoso –
dichoso porque totalmente libre. Le ha sido confiada una misión, y vive
tan sólo para esa misión.
La alegría
a la que invita Juan a todo el mundo es la de un corazón abierto a la
misericordia de Dios y la de una existencia compartida: que quien tiene
de a quien no tiene. Una vida para los otros es la forma más auténtica
de alegría cristiana, desde que Cristo ha vivido y ha muerto para los
demás – para nosotros.
Dice el papa:
“La alegría cristiana se sostiene de esta certeza: Dios está cerca,
está conmigo, en la alegría y el dolor, en la salud y la enfermedad,
como amigo y esposo fiel. Y esta alegría permanece en la prueba, en el
mismo sufrimiento, y no se queda solo en la superficie, sino que está en
el fondo de la persona que a Dios se confía y en Él confía”. Y añade el
Pontífice: “la alegría entra en el corazón de quien se pone al servicio
de los pequeños y los pobres”
También en nuestras comunidades monásticas tenemos que ponernos al
servicio de los pequeños y los pobres, ya que siempre, siempre, hay
algún hermano o hermana que es pobre de algo.
La vida monástica es fuente de alegría y de felicidad pues no hay mayor
descubrimiento que el de saberse amados personalmente y
comunitariamente por Dios. La vida comunitaria nos ayuda a crecer en
esta experiencia: la compasión, el perdón, la paciencia, la ayuda mutua
nos traen el reflejo de aquello a lo que todos aspiramos: sentirnos
unidos en el Amor. Por eso no se trata de vivir la alegría sino de ser
fuente de alegría para los demás hermanos y hermanas de comunidad.
Un abrazo fraterno, asegurándoos mi oración.
P. Josep-Enric Parellada, osb
Prefecto de Estudios
fuente: http://www.monasterioescalonias.org/inicio/935-reflexion-monastica-para-el-adviento.html
fuente: http://www.monasterioescalonias.org/inicio/935-reflexion-monastica-para-el-adviento.html
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