1. ... Como hay varias
sabidurías, debemos buscar qué sabiduría edificó para sí la casa. Hay una
sabiduría de la carne, que es enemiga de Dios, y una sabiduría de este mundo,
que es insensatez ante Dios. Estas dos, según el apóstol Santiago, son terrenas,
animales y diabólicas. Según estas sabidurías, se llaman sabios los que hacen el
mal y no saben hacer el bien , los cuales se pierden y se condenan en su misma
sabiduría, como está escrito: Cogeré a los sabios en su
astucia; Perderé la sabiduría de los sabios y reprobaré la prudencia de los
prudente. Y, ciertamente, me parece que a tales sabios se adapta digna y
competentemente el dicho de Salomón: Vi una malicia
debajo del sol: el hombre que se cree ante sí ser sabio. Ninguna de estas
sabidurías, ya sea la de la carne, ya la del mundo, edifica, más bien destruyen
cualquiera casa en que habiten. Pero hay otra sabiduría que viene de arriba; la
cual primero es pudorosa, después pacífica. Es Cristo, Virtud y Sabiduría de
Dios, de quien dice el Apóstol: Al cual nos ha dado Dios como sabiduría y
justicia, santificación y redención.
2. Así, pues, esta sabiduría, que era de Dios, vino a nosotros del seno del
Padre y edificó para sí una casa, es a saber, a María virgen, su madre, en la
que talló siete columnas. ¿Qué significa tallar en ella siete columnas sino
hacer de ella una digna morada con la fe y las buenas obras? Ciertamente, el
número ternario pertenece a la fe en la santa Trinidad, y el cuaternario, a las
cuatro principales virtudes. Que estuvo la Santísima Trinidad en María (me
refiero a la presencia de la majestad), en la que sólo el Hijo estaba por la
asunción de la humanidad, lo atestigua el mensajero celestial, quien, abriendo
los misterios ocultos, dice: "Dios, te salve, llena de
gracia, el Señor es contigo"; y en seguida:
"El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del
Altísimo te cubrirá con su sombra". He ahí que tienes al
Señor, que tienes la virtud del Altísimo, que tienes al Espíritu Santo, que
tienes al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Ni puede estar el Padre sin el
Hijo o el Hijo sin el Padre o sin los dos el que procede de ambos, el Espíritu
Santo, según lo dice el mismo Hijo: "Yo estoy en el Padre
y el Padre está en mí". Y otra vez: "El
Padre, que permanece en mí, ése hace los milagros" . Es
claro, pues, que en el corazón de la Virgen estuvo la fe en la Santísima
Trinidad.
3. Que poseyó las cuatro principales virtudes como cuatro columnas, debemos
investigarlo. Primero veamos si tuvo la fortaleza. ¿Cómo pudo estar lejos
esta virtud de aquella que, relegadas las pompas seculares y despreciados los
deleites de la carne, se propuso vivir sólo para Dios virginalmente? Si no me
engaño, ésta es la virgen de la que se lee en Salomón: ¿Quién encontrará a la
mujer fuerte? Ciertamente, su precio es de los últimos confines. La cual fue tan
valerosa, que aplastó la cabeza de aquella serpiente a la que dijo el Señor:
"Pondré enemistad entre ti y la mujer, tu descendencia y
su descendencia; ella aplastará tu cabeza" Que fue
templada, prudente y justa, lo comprobamos con luz más clara en la
alocución del ángel y en la respuesta de ella. Habiendo saludado tan
honrosamente el ángel diciéndole: "Dios te salve, llena
de gracia", no se ensoberbeció por ser bendita con un
singular privilegio de la gracia, sino que calló y pensó dentro de sí qué sería
este insólito saludo. ¿Qué otra cosa brilla en esto sino la templanza? Mas
cuando el mismo ángel la ilustraba sobre los misterios celestiales, preguntó
diligentemente cómo concebiría y daría a luz la que no conocía varón; y en esto,
sin duda ninguna, fue prudente. Da una señal de justicia cuando se confiesa
esclava del Señor. Que la confesión es de los justos, lo atestigua el que dice:
Con todo eso, los Justos confesarán tu nombre y los rectos habitarán en tu
presencia. Y en otra parte se dice de los mismos: Y diréis en la confesión:
Todas las obras del Señor son muy buenas .
4. Fue, pues, la bienaventurada Virgen María fuerte en el propósito, templada en
el silencio, prudente en la interrogación, justa en la confesión. Por tanto, con
estas cuatro columnas y las tres predichas de la fe construyó en ella la
Sabiduría celestial una casa para sí. La cual Sabiduría de tal modo llenó la
mente, que de su Plenitud se fecundó la carne, y con ella cubrió la Virgen,
mediante una gracia singular, a la misma sabiduría, que antes había concebido en
la mente pura. También nosotros, si queremos ser hechos casa de esta sabiduría,
debemos tallar en nosotros las mismas siete columnas, esto es, nos debemos
preparar para ella con la fe y las costumbres. Por lo que se refiere a las
costumbres, pienso que basta la justicia, mas rodeada de las demás virtudes.
Así, pues, para que el error no engañe a la ignorancia, haya una previa
prudencia; haya también templanza y fortaleza para que no caiga ladeándose a la
derecha o a la izquierda.
NO ERES MAS SANTO PORQUE NO ERES MAS DEVOTO DE MARÍA.
(San
Bernardo)