Quieres saber cuál es la fe que da vida y consigue la victoria? Aquella por la cual Cristo habita en lo íntimo de nuestro ser. El es nuestra virtud y nuestra vida. Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, dice el Apóstol, os manifestaréis también vosotros gloriosos con él. Esa gloria será vuestra victoria. Y nos manifestaremos con él porque vencemos por él. Solamente llegan a ser hijos de Dios los que reciben a Cristo, y únicamente en ellos se cumple lo que dice la Escritura: todo el que nace de Dios, vence al mundo.

SAN BERNARDO


WEB OFICIAL DE LA ORDEN

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Si tienes un secreto, escóndelo o revélalo (proverbio árabe)

Si tienes un secreto, escóndelo o revélalo (proverbio árabe)

Preámbulo de la Regla Primitiva del Temple

Nos dirigimos en primer lugar a aquellos que desprecian seguir su propia voluntad y
desean servir, con pureza de ánimo, en la caballería del rey verdadero y supremo, y a los que quieren cumplir, y cumplen, con asiduidad, la noble virtud de la obediencia. Por eso os
aconsejamos, a aquellos de vosotros que pertenecisteis hasta ahora a la caballería secular,en la que Cristo no era la única causa, sino el favor de los hombres, que os apresuréis a asociaros perpetuamente a aquéllos que el Señor eligió entre la muchedumbre y dispuso, con su piadosa gracia, para la defensa de la Santa Iglesia.
Por eso, oh soldado de Cristo, fueses quien fueses,

que eliges tan sagrada orden, conviene que en tu profesión lleves una pura diligencia y firme
perseverancia, que se sabe que es tan digna y sublime para con Dios que, si pura y
perseverantemente se observa por los militantes que diesen sus almas por Cristo, merecerán
obtener la suerte; porque en ella apareció y floreció una orden militar, ya que la caballería,
abandonando su celo por la justicia, intentaba no defender a los pobres o iglesias sino
robarlos, despojarlos y aun matarlos; pero sucedió que vosotros, a los que nuestro señor y
salvador Jesucristo, como amigos suyos, dirigió desde la Ciudad Santa a habitar en Francia y
Borgoña, no cesáis, por nuestra salud y propagación de la verdadera fe, de ofrecer Dios
vuestras almas en víctima agradable a Dios......SAN BERNARDO

jueves, 13 de febrero de 2014

Abadía de Fontenay Abbaye de Fontenay

La abadía de Fontenay fue fundada desde Cîteaux por Bernardo de Claraval, que dejó aquel lugar el 1119 (había ingresado en 1112) con una docena de monjes para retirarse aquí, donde existía ya un antiguo ermitorio. En 1130 se desplazó la ubicación del asentamiento monástico hasta un lugar muy cercano con humedales, donde existían varias fuentes (de ahí el nombre del lugar) y donde se llevaron a cabo obras de saneamiento para hacer el lugar más habitable, antes de comenzar las construcciones.
En 1139 comenzó la construcción de la nueva iglesia, edificio que ya se pudo consagrar en 1147. La construcción de las diversas dependencias se pudo poner en marcha gracias al valioso mecenazgo del obispo Ebrard de Norwich, que se retiró aquí.

 Rápidamente se convirtió en un lugar de gran importancia que acumuló una larga serie de bienes y beneficios. Se dice que durante aquella época de pujanza (siglos XIII y XIV) se reunía una comunidad de trescientos miembros, teniendo en cuenta las granjas y prioratos dependientes.

A partir del 1547 el centro pasó a estar gobernado por abades comendatarios, nombrados por el rey y que se desentendían de la propia actividad monástica. Pasó por una época de decadencia, en este sentido, en 1777 se tuvo que prohibir el juego, la caza y la entrada de mujeres en el recinto monástico. En 1790 los efectos de la Revolución provocaron el cierre definitivo del lugar y la salida de los últimos monjes. Pasó por las manos de varios propietarios; se instaló una fábrica de papel, que tuvo actividad hasta 1903. Más tarde comenzó los trabajos de conservación y restauración del lugar; en 1852 el monumento quedó protegido, declarándolo Monument Historique y desde 1981 es Patrimonio de la Humanidad.




 

miércoles, 5 de febrero de 2014

EL ESPIRITU SOPLA DONDE QUIERE





   Señor, ¿para qué tantas palabras?
            Mi alma miserable, desnuda, helada y aterida desea ser reconfortada por el calor de Tu amor. Por eso, para proteger mi desnudez, junto y coso cuantas telas encuentro. Y ni siquiera llego a recoger dos leños, como los de aquella sabia viuda de Sarepta (1), sino débiles yerbajos en la inmensidad de mi desierto, en la espaciosa vanidad de mi corazón para estar preparado cuando entre en el tabernáculo de mi morada con el puñado de harina y el vaso de aceite a fin de que pueda comer y morir. Más no moriré tan pronto. O mejor, Señor, no moriré, viviré para narrar las acciones del Señor (2).
Estando en pie en casa de mi soledad, como asno silvestre solitario, habitando en tierras saladas, abro la boca hacia ti, Señor, y aspirando el soplo de mi amor, aspiro el Espíritu. Y a veces, Señor, cuando estoy así ante ti y con los ojos cerrados, me pones en la boca del corazón lo que no me permites reconocer.

            Sin duda percibo su sabor de manera tan dulce, suave y reconfortante que, si en mí se plenificara, ya ninguna otra cosa buscaría, pero tú no me permites advertir ni que visión corporal, ni por algún sentido del alma, ni por la inteligencia de mi espíritu, qué es lo que recibo.

            Quisiera retenerlo y rumiarlo y juzgar su sabor, pero se aleja rápidamente. Por la vida eterna que espero, trago eso cuyo nombre ignoro.

            Al rumiar largo tiempo su fuerza operante, desearía trasvasarla en mis venas y en el meollo de mi alma como un jugo vital, a fin de perder el gusto por todos los otros afectos y gustar sólo de ella y para siempre, pero rápidamente desaparece.

            Cuando la busco, la recibo o la uso, me esfuerzo por confiar a la memoria los pocos rasgos que se han delineado más fuertemente y aún trato de ayudar a la memoria falible mediante la escritura. Pero entonces, por su misma realidad y por mi experiencia me veo empujado a aprender lo que en el Evangelio dices del Espíritu: “No sabe de dónde viene ni a dónde va”.

            En efecto, todo aquello que confío con solicitud a mi memoria como imágenes apenas esbozadas a fin de poder volver a ello de alguna manera y allí recogerme cuando lo quiera, concediéndole este poder a mi voluntad cada vez que lo deseo, al oír la palabra del Señor: “El espíritu sopla donde quiere” (3). Encuentro muerto e insípido todo lo guardado pues experimento en mí mismo que el Espíritu sopla, no cuando yo lo quiero, sino cuanto Él lo quiere.

            Hacia ti sólo, Fuente de Vida, debo levantar mis ojos para, sólo en tu luz, ver la luz. Hacia ti, Señor, hacia ti se vuelven hoy, y se vuelven siempre, mis ojos. Que hacía ti, en ti y por ti progresen todos los progresos de mi alma.

            Que cuando desfallezca mi virtud, que es nula, que tras de ti vayan jadeando todos mis desfallecimientos. Pero, mientras tanto, ¿cuánto tiempo lo aplazarás, por cuánto tiempo se arrastrará mi alma hacia ti, ansiosa, miserable y anhelante?

            Te ruego que me escondas en lo escondido de tu faz, lejos de las contiendas de los hombres. Protégeme en tu tabernáculo de la contradicción de las lenguas.

Guillermo de Saint-Thierry
(s. XII)


sábado, 1 de febrero de 2014

¿Cómo discernir la voluntad de Dios?



Si un pensamiento viene de Dios, es una luz en el corazón, nos hace más humildes y progresamos en el amor. Si este pensamiento, por el contrario, hace que estemos satisfechos de nosotros mismos y nos lleva a juzgar al prójimo, es que viene del enemigo.
Si hay en ti una gran paz y un amor por todos los hombres, el Espíritu Santo habita en ti. El enemigo detesta la hesiquía. No te extrañe que esta paz llegue en medio de tribulaciones y dificultades. Entonces comprenderás las palabras de San Pablo: “¿Quién nos separará del amor de Jesucristo?”.