Quieres saber cuál es la fe que da vida y consigue la victoria? Aquella por la cual Cristo habita en lo íntimo de nuestro ser. El es nuestra virtud y nuestra vida. Cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, dice el Apóstol, os manifestaréis también vosotros gloriosos con él. Esa gloria será vuestra victoria. Y nos manifestaremos con él porque vencemos por él. Solamente llegan a ser hijos de Dios los que reciben a Cristo, y únicamente en ellos se cumple lo que dice la Escritura: todo el que nace de Dios, vence al mundo.
SAN BERNARDO
Preámbulo de la Regla Primitiva del Temple
Nos dirigimos en primer lugar a aquellos que desprecian seguir su propia voluntad y
desean servir, con pureza de ánimo, en la caballería del rey verdadero y supremo, y a los que quieren cumplir, y cumplen, con asiduidad, la noble virtud de la obediencia. Por eso os
aconsejamos, a aquellos de vosotros que pertenecisteis hasta ahora a la caballería secular,en la que Cristo no era la única causa, sino el favor de los hombres, que os apresuréis a asociaros perpetuamente a aquéllos que el Señor eligió entre la muchedumbre y dispuso, con su piadosa gracia, para la defensa de la Santa Iglesia.
Por eso, oh soldado de Cristo, fueses quien fueses,
que eliges tan sagrada orden, conviene que en tu profesión lleves una pura diligencia y firme
perseverancia, que se sabe que es tan digna y sublime para con Dios que, si pura y
perseverantemente se observa por los militantes que diesen sus almas por Cristo, merecerán
obtener la suerte; porque en ella apareció y floreció una orden militar, ya que la caballería,
abandonando su celo por la justicia, intentaba no defender a los pobres o iglesias sino
robarlos, despojarlos y aun matarlos; pero sucedió que vosotros, a los que nuestro señor y
salvador Jesucristo, como amigos suyos, dirigió desde la Ciudad Santa a habitar en Francia y
Borgoña, no cesáis, por nuestra salud y propagación de la verdadera fe, de ofrecer Dios
vuestras almas en víctima agradable a Dios......SAN BERNARDO
EL DIVINO CONSEJO TRINITARIO
La imagen nos invita a trascender la escena para contemplar el
misterio. Los tres Ángeles reflejan el misterio de la Trinidad: Dios
Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo. Unidad en la naturaleza. Trinidad
en las personas.
Algunos elementos subrayan la unidad. El
color azul que de diversas maneras está presente en los tres vestidos;
el mismo color de las alas que están unidas y que expresan una intensa
comunión. La unidad de la mirada y del movimiento interno que parte
desde el pie del ángel de la derecha y sube hasta su cabeza, se vuelca
en la del ángel del centro y ésta a la vez se posa en la del ángel de la
izquierda hasta indicar un movimiento de comunión en la vida y en el
pensamiento, como un misterioso circulo de plenitud en el que estos tres
ángeles viven.
Unidad divina y misteriosa que no consiste en
una simple igualdad que borra diferencias, sino en una unidad donde se
hace posible la comunión de las personas distintas y
donde se
percibe esta unidad de vida. Vivir el uno para el otro, el uno con el
otro, el uno en el otro, sin confundirse, sin absorberse.
Este
icono nos muestra el secreto de la vida de Dios; vivir el uno para el
otro escuchándose en la unidad de una misma mirada, tendiendo hacia un
mismo fin: la salvación de la humanidad. Cada persona en sí no parece
completa y cada una parece que no puede existir sin referencia, sin
relación a la otra, a las otras. Así las personas de la Trinidad nos
ofrecen esta forma maravillosa de contener el Ser divino, de recibirlo
de las otras, de darlo a las otras, de colocar a las otras con el don de
la existencia.
Dios aparece como comunión, como unidad, como
familia. La simple contemplación de esta imagen nos habla de amor
reciproco. Un niño viendo este icono ha exclamado con la sabiduría que
Dios concede a los sencillos: «¡Cuánto se quieren estas tres personas
que están en la imagen!». Dios es amor. Dios es comunión en el amor.
Con la mayoría de los autores, preferimos interpretar así la revelación
de las tres personas del icono. Las tres divinas personas están en
orden de precedencia: el primero a nuestra izquierda el Padre, el
segundo el Hijo, el tercero el Espíritu Santo. La ligera inclinación de
los báculos dorados indicaría el orden mismo de la majestad trinitaria,
del Padre al Espíritu.
El misterioso ángel de su
izquierda sería el PADRE en su hieratismo escondido y misterioso,
principio de todo en quien descansa el movimiento de las cabezas y de
las aureolas, como una reverente aceptación de su voluntad por parte del
Hijo y del Espíritu.
El poder del amor del Padre se
manifiesta en la mirada del ángel de la izquierda. El es amor y
precisamente solo puede revelarse en la comunión y puede ser conocido
como comunión. (“Nadie viene al Padre sino por mi” Jn 14,6) es la más
conmovedora revelación de la naturaleza misma del amor. No se puede
tener ningún conocimiento de Dios fuera de la comunión entre el hombre y
Dios, y esta es siempre trinitaria e inicia en la comunión entre el
Padre y el Hijo. Hace comprender por qué el Padre no se revela nunca
directamente. El icono muestra esta comunión cuya morada viva es la
copa.
La figura central es la del HIJO, con su túnica
sacerdotal, sus manos indicando la copa del sacrificio, revestido de una
túnica y un manto que representan su doble naturaleza (humana, el color
rojizo de la tierra y azul, de su divinidad). El Hijo como evidencia de
la Encarnación redentora, con su rostro inclinado en actitud reverente
de aceptación de la voluntad del Padre.
El Hijo escucha,
las parábolas de su vestido muestran la atención suprema, el abandono de
sí. El también renuncia así mismo para ser solo Verbo de su Padre.
“las palabras que yo os digo, no las digo por mí mismo; el Padre que
habita en mí es quien realiza sus propias obras”. Su mano derecha
reproduce el gesto del Padre: la bendición.
El ángel que está a
la izquierda es el ESPÍRITU SANTO. Tiene un rostro dulce, tierno,
maternal, casi femenino. Es el consolador. Su actitud es de servicio, de
oblación, de colaboración; se inclina obediente; se lanza en la
colaboración total a los planes del Padre y del Hijo. El color verde de
su vestido nos habla de juventud y de vida: Espíritu vivificante,
juventud de Dios, rejuvenecedor de la Iglesia, escondido y presente, eco
de las palabras del Credo: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de
Vida”
La dulzura del ángel de la izquierda tiene algo
de maternal. ( Ruah= el espíritu en las lenguas semíticas es femenino.
Los textos sirios lo llaman a menudo el consolador: Consoladora). Es el
consolador, pero también es el Espíritu: el Espíritu de la vida. Es el
que da la vida y de quien todo se origina. Por su inclinación y el
impulso de todo su ser, está en medio del Padre y del Hijo: es el
Espíritu de la comunión. El movimiento parte del él.
Con una
tristeza inefable, dimensión divina del Agape, el Padre inclina su
cabeza hacia el hijo. Parece que habla del cordero inmolado cuyo
sacrificio culmina en el cáliz que bendice. La posición vertical del
Hijo traduce toda su atención, su rostro está como cubierto por la
sombra de la cruz; pensativo, manifiesta su acuerdo con el mismo gesto
de la bendición. Si la mirada del Padre, en su profundidad sin fondo,
contempla el único camino de la salvación, la elevación apenas
perceptible de la mirada del Hijo traduce su consentimiento. El Espíritu
Santo se inclina hacia el Padre; está sumergido en la contemplación del
misterio, su brazo tendido hacia el mundo muestra el movimiento
descendente: Pentecostés.
Las líneas del lado
derecho del ángel central se amplifican a medida que se acercan al ángel
de la izquierda. En el lenguaje simbólico de las líneas, las curvas
convexas designan siempre la expresión, la palabra, el despliegue, la
revelación; y por el contrario, las curvas cóncavas significan
obediencia atención, abnegación, receptividad. El Padre está vuelto
hacia el Hijo. Le habla. El movimiento que recorre su ser es el éxtasis.
Se expresa enteramente en el Hijo: “El Padre está en mi. Todo lo que el
Padre tiene es mío”.
Isabel Valverde Ortiz
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