En el temple hay multitud de elementos que lo
hacen bello y maravilloso. Pero el momento más sublime más emocionante es la investidura
templaria.
Supone
la ordenación de los novicios en caballeros y damas del temple. Supone el momento
en el que el novicio, entra a formar parte de la hermandad.
Pero
como toda ceremonia, la investidura templaría tiene su preparación. Y de todo
lo que en sí encierra, tal como establece la Regla y los estatutos debe ser
presidida por el capellán de la orden, o en su defecto por un sacerdote.
La
razón es bien sencilla. Somos templarios católicos, fieles a la Iglesia y a la
doctrina que representa. En nuestras ceremonias es indispensable su presencia
para oficializar el acto en sí. Que sea bendecido por un miembro de la Iglesia
a la que veneramos, defendemos y acatamos. Bendecir los mantos, las cruces, es una manera de sentirnos arropados por el Señor, lo que ennoblece nuestra labor
y nos ayuda a crecer espiritualmente. Juramos sobre el Evangelio y juramos
lealtad al Santo Padre de lo contrario sería inverosímil defender una doctrina,
cuando el templario se debe regir única y exclusivamente a dos cosas: Evangelio
y la Regla.
Aparte, podemos nombrar otras cuestiones que la complementan.
La
presencia de un maestro de ceremonias por ejemplo, que marca las pautas de la
organización, de la celebración, que
cuida de los novicios y de los futuros hermanos, que los lleva hasta el
reclinatorio cuidando del más mínimo detalle.
Igualmente
cada futuro hermano, es arropado por sus padrinos: hermanos de la orden que
sirven de testigos y apadrinan los nuevos miembros y les impone el manto.
La
espada sobre el evangelio va tan ligado
a la propia manera de entender lo que es un templario; un monje-guerrero
tal como lo definió San Bernardo:
1.
"Corre por el mundo la noticia de que no hace mucho nació un nuevo género
de caballeros en aquella región en la que el
Oriente que nace de lo alto, hecho visible en
la carne, honró con su presencia, para
exterminar, en el mismo lugar donde lo puso Él,
con la fuerza de su brazo, a los príncipes de
las tinieblas, a sus infelices ministros, que
son hijos de la infidelidad, disipándolos por
el valor de estos bravos caballeros,
realizando aun hoy en día la redención de su
pueblo y suscitándonos una fuerza de
salvación en la casa de David, su siervo. Éste
es, vuelvo a decir, el nuevo género de
milicia no conocido en siglos pasados; en el
cual se dan a un mismo tiempo dos
combates con un valor invencible: contra la
carne y la sangre y contra los espíritus de la
malicia que están esparcidos por el aire. La
verdad, creo que no es original ni
excepcional resistir generosamente a un
enemigo terrenal sólo con la fuerza de las
armas, como tampoco es extraordinario, aunque
sea loable, hacer la guerra a los vicios o
a los demonios con la virtud del espíritu,
pues se ve todo el mundo lleno de monjes que
están continuamente en ese ejercicio. Pero,
¿quién no se asombrará por cosa tan
admirable y tan poco usual como ver a uno y
otro hombre ciñéndose cada uno la espada
y noblemente revestido con el cíngulo?
Ciertamente, este soldado es intrépido y está
seguro por todas partes; su espíritu está
armado con la armadura de la fe, igual que su
cuerpo de coraza de hierro. Estando
fortalecido con estas dos clases de armas, no teme
ni a los demonios ni a los hombres. Yo digo
más, no teme la muerte porque desea morir.
Y, en efecto, ¿qué puede hacer temer, sea
viviendo o muriendo, a quien encuentra su
vida en Jesucristo y su recompensa en la
muerte? Es cierto que combate con confianza y
con ardor por Jesucristo; pero aún desea más
morir y estar con Jesucristo, porque esto es
la cosa mejor. Marchad, pues, valerosos
caballeros, firmes y con coraje intrépido cargad
contra los enemigos de la cruz de Cristo,
seguros de que ni la muerte ni la vida os
podrán separar del amor de Dios, que está
Cristo Jesús; y en el momento del peligro
repetid en vuestro interior: Vivamos o muramos, somos de Dios.
¡Con cuánta gloria
vuelven los que vencieron en una batalla! ¡Qué
felices mueren estos mártires en el
combate! Regocíjate, gallardo atleta, de vivir
y de vencer en el Señor; pero regocíjate
aún más si mueres y te unes íntimamente al
Señor. Sin duda, tu vida es fecunda y
gloriosa tu victoria; pero una santa muerte
debe ser considerada más noble. Porque, si
los que mueren en el Señor son
bienaventurados”, ¿cuánto más lo serán los que mueren
por el Señor?"
SAN BERNARDO:
DE LAUDE NOVAE
MILITIAE AD MILITES TEMPLI.
Esto es lo que somos, a esto es lo que dedicamos
nuestra vida: servir a Cristo, portar su Cruz, la del martirio; luchar por la
justicia, el bién del otro, el bién común hacia los hermanos; obediciencia y
sacrificio pues el mundo carece de valores y de actitudes, nosotros
representamos el legado que hace siglos inicio Hugo de Pyns y a pesar de las
vicisitudes, a pesar de la historia seguimos portando esos principios; la
verdad y la justicia son valores que no pueden morir y a los que estamos
dispuestos a entregar, si fuera preciso con nuestra vida.
En
definitiva, no son mas que unas
pequeñas líneas de algunos
elementos que encontramos en la investidura templaria, cada uno podrá darle la
forma que desee pero su significado es muy concreto y no debemos darle mas
interpretaciones de las que en sí tiene.
Frey ++Miguel Molina Rodríguez
Caballero del Temple